martes, 11 de marzo de 2014

LA VISITA DE OTROS TIEMPOS

La chicharra rompió el silencio de la media noche. Abrí la puerta y pronto la claridad de Edison iluminó su rostro. Venía indudablemente a mi encuentro. Era el amor que había olvidado en alguna parte o tal vez que se había olvidado de mí. Vestía traje de sueño y su mirada parda como la mía me dijo que llegaba de otros tiempos. Me conmovió tanto se gesto que no tuve respuesta inmediata. Suponía entonces que estaba solo entre paredes blancas llenas de música y fantasías inconclusas y se  acordó mi existencia. Ella, puesto que viene de otros tiempos, ya existía cuando me vio por primera vez envuelto en el líquido amniótico.
Entonces, es obvio, no podía reconocerla, pero es evidente que se diluyó en mi aire fetal.  Era otra memoria la que funcionaba, la que ahora se opone a que me niegue a verla extrañamente. Es tan serenamente agradable que mi corazón no ha dejado de latir un momento, él que  hacía el papel de bomba impelente, ahora tiene otro ritmo, el de una sinfonía clarividente. ¿Qué  hacer con ella?, me pregunto.  Ahora que ha llegado de otros tiempos ¿qué hago con ella?  La beso y luego la tomo de la mano y la llevo por la acera de la calle hasta llegar a un inmueble, pero de tradición y ritos extraños.  Estaba sola y quisimos subir por los escalones de madera en busca de fantasmas que pudieran excitarlas y hacer más emocionante nuestros besos,  Mas no pudimos llegar hasta los aposentos fantasmales,  Su temor apoderado de mi nos obligó a desandar y tratar de encontrar inútilmente la claridad de los corredores sorpresivamente perturbados por la inesperada presencia de dos duendecillos. Adivinaron nuestras intenciones y nos siguieron,
hasta perdernos en el follaje de un hermoso jardín lleno de  de rosas rojas, crisantemos, claveles y gladiolas. En medio del aroma y las abejas asediando la melifluidad del polen comulgamos en un beso profundo que parecía hacerse eterno hasta que de nuevo aparecieron los pequeños espíritus traviesos. Salinos entonces presurosos y volvimos al punto de partida que parecía una casa de plata y ventanas de cristales..  Todo estaba a oscuras y en silencio. Apremiamos la  claridad a través de los interruptores, pero la luz de Edison no respondía.  Tuvimos miedo y sentimos que otra vez el temor nos impelía hacia la claridad del día.  Pero era de tarde y por las calles empinadas y desoladas corrimos casi abrazados hasta la orilla del Río.  Había agua en abundancia y ella se zambulló y nadaba mientras yo de espaldas tendido sobre la arena contemplaba un ave marina extraviada que revoloteaba y jugaba como pescando sobre la abundosa espuma de su cuerpo
                                                   



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