La frase es de origen hebreo. Supuestamente la
dijo Jehová a Moisés en el desierto
de Horeb. Es lo que afirma la Biblia. La dijo para convencerlo de que él, Dios, es el ser de todos los seres, el Ser Supremo. No obstante
lo afirmativo de la voz, Moisés dudó y no
quedó convencido del todo sino cuando
vio que la acción acompañaba a la palabra. Dios, para demostrar su
poder, transformó en culebra la vara de Moisés, pensando que al hombre, tan
apegado a lo terrenal, necesita muchas veces ver para creer, especialmente cuando no dispone de tiempo como Parménides
para distinguir entre el mundo cambiante, perecedero, engañoso, y el mundo del
ser único, eterno, inmutable. Cuando el hombre dispone de tiempo para la
reflexión es capaz de encontrar la verdad. Como Moisés, tras mucho meditar y
orar en el desierto, es capaz de ser lo
que cree no puede ser, hasta de conducir un pueblo de la tierra del sufrimiento a la
tierra donde fluye la leche y la miel. De manera que el hombre es lo que es o
lo que se propone ser. En este caso, admiramos al sofista Prorotágoras, precursor del relativismo filosófico en
cuanto a que "el hombre es la medida de las cosas, de lo
que son en cuanto son y de lo que no son en cuanto no son".
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