TALCO Y BRONCE
El segundo libro de John Sampson “Talco y Bronce” es más profundo y se
distancia del primero, mucho más recreado en el impulso vivencial.
Este Talco y bronce responde a su textura hojosa que deviene de la raíz y a ese ruido esponjoso de campana
confundido con las olas que gritan el desgarramiento de Orfeo por las tracias.
Bajo lo virtual de su
incoherencia temática subyace espontánea una cronométrica unidad de pensamiento
a pesar que los poetas no ostentan memoria de científico sino de pájaro que vuela
de un punto a otro durante las cuatro estaciones.
Hoy el poeta puede estar en el cementerio della Joswa desbrozando con una interrogante la lápida de Ludovico y la de un tal
John Sampson muerto en un tiempo porvenir, pero mañana, distinto, en el cerro del Suspiro
viendo que los vividores se prorrogan el
destino en nombre de la ley.
Así transcurre su existencia: desmadejando impulsos hasta verlos
empinados como un papalote alejándose de los peregrinos del sarcófago y del
polvo que acompaña a los muertos.
Allá, cerca de las ciudades selenitas, se está mejor si es que se
puede estar mejor con los confederados delegados del tiempo, sin temerle al
charco, sin sacrificar corderos, disfrutando la turgencia dorada de la poesía,
de la poesía simple, como esta de John Sampson, simple como el agua, pero
discursiva como un rio, sin reposo, sin bahías, con bordes y vertientes que
sufragan, habitadas por la cítara de Orfeo, por ese sabor a maíz, a Popul Vub,
a silencio consumado que busca. a Dios entre los niños y sólo encuentra
incienso en los altares.
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