La chicharra rompió el silencio de la
media noche. Abrí la puerta y pronto
la claridad de Edison iluminó su rostro.
Venía indudablemente a mi encuentro. Era el amor que había olvidado en alguna parte o tal vez que se había olvidado de mí. Vestía traje de sueño y su mirada parda como la mía me dijo que llegaba de otros tiempos. Me
conmovió tanto se gesto que no tuve respuesta inmediata. Suponía entonces que
estaba solo entre paredes blancas llenas de música y fantasías
inconclusas y se acordó mi
existencia. Ella, puesto que viene de otros tiempos, ya existía
cuando me vio por primera vez envuelto en el líquido amniótico.
Entonces, es obvio, no podía reconocerla,
pero es evidente que se diluyó en mi aire fetal. Era otra memoria la que funcionaba, la que
ahora se opone a que me niegue a verla extrañamente. Es tan serenamente
agradable que mi corazón no ha dejado de latir un momento, él que hacía el papel de bomba impelente, ahora tiene otro ritmo, el de una sinfonía clarividente. ¿Qué hacer con ella?, me pregunto.
Ahora que ha llegado de otros tiempos ¿qué hago con ella? La beso y luego la tomo de la mano y la llevo
por la acera de la
calle hasta llegar a un inmueble, pero de tradición y ritos
extraños. Estaba sola y quisimos
subir por los escalones de madera en busca de fantasmas que pudieran
excitarlas y hacer más emocionante nuestros besos, Mas no pudimos llegar hasta los
aposentos fantasmales, Su temor
apoderado de mi nos obligó a desandar y tratar de encontrar inútilmente
la claridad de los corredores sorpresivamente perturbados por la
inesperada presencia de dos duendecillos. Adivinaron nuestras intenciones y nos siguieron,
hasta perdernos en el
follaje de un hermoso jardín lleno de de rosas rojas,
crisantemos, claveles y gladiolas. En medio del aroma y las abejas asediando la melifluidad del polen comulgamos en un beso profundo que parecía hacerse eterno hasta
que de nuevo aparecieron los pequeños espíritus traviesos. Salinos entonces presurosos y volvimos al punto de partida
que parecía una casa de plata y ventanas de cristales.. Todo estaba a oscuras y en
silencio. Apremiamos la claridad a través de los interruptores, pero la
luz de Edison no respondía.
Tuvimos miedo y sentimos que otra vez el temor nos impelía hacia
la claridad del día. Pero era de tarde y por las calles
empinadas y desoladas corrimos casi abrazados hasta la orilla del Río. Había agua en abundancia y ella se zambulló y
nadaba mientras yo de espaldas tendido sobre la arena contemplaba un ave marina
extraviada que revoloteaba y jugaba como pescando sobre la abundosa espuma de
su cuerpo
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