Siembro el nombre de mis amigas en la memoria sustituta de la que no
puede permanecer.
Lo siembro en tierra feraz como el mar para que se multiplique en
flora exuberante, en algas luminosas donde abreven los peces que llevarán por
el mundo el mensaje de las que en algún instante de mi vida me dieron el placer
de tenerlas de algún modo conmigo. Siembro el nombre de Luz entre ritos y cantos
gregorianos; el de Irma que al fin sucumbió en los brazos del
Alfabetizador foráneo; los nombres de Crucita, Rosa, Josefina
y Bertha que jamás supieron de mi amor replegado en la timidez de mi
infancia; el de Nelly, la novia de mi hermano; el nombre de Guillermina tras
montañas de leñas protegiéndose de los chacales de la SN; el de Antonieta con
sus pechos pródigos y desbordantes; el de Teresa, el más largo
amor incomprendido con resultados inexorables; el amor de Danely Valdez bajo el
cielo luminoso del Yocoima; el amor sofocante de Argelia entre los mogotes del
aeropuerto; el hermético amor de Filis; el
que una vez rae dio Lidilia; el tríptico amor de Irna; el amor inseguro
de Cruz María; el amor vacilante de Naiza; el amor permanente de Claris; el
tierno y dulce amor de Franca; el amor intrascendente de Omelia; el amor
nunca manifiesto de Gladys; el amor de Milagros traducido en amistad intelectual;
el juego de las Nenas; el amor facundo de
Lourdes; el amor discotequeado de Nancy; el amor pasajero de aquella
chinita bella; el insaciable y erótico amor bethoviano de Belkis y el
inolvidable, valiente y puro amor de Graciela, el amor de Ana Sánchez, el amor de Belkis dominguez , el amor de Martha Sierra , el amor de Yuilis, el amor de Martha Peña, el amor de Norelkis.
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