Me miraba intensamente con sus ojos zarcos, de luz fría como
luciérnaga, mientras devoraba las proteínas de un bien sazonado plato de algas. Yo tenía tanta hambre como ella, pero era
incapaz de decirlo por interés de no interrumpir desde mi ángulo aquella mirada silenciosa, pues sentía que la
amaba con las palpitaciones incontenibles de un hermoso corazón de jirafa. Era
realmente exótica y aunque extraña, juro que sería bienvenida en mi hormiguero
sin que ningún miembro de la comunidad se atreviese a atacarla. Exótica y auténtica. Inimitable. Totalmente ajena
e incompatible con el arte de la Galería de Mimma Mondadori. Conmigo sería longeva porque jamás la
resignaría a una funesta soltería. Sería
terrible si renunciara a un impostergable casamiento. Lloraría como el
Amatl con una incisión eterna. Me bebería mis lágrimas aunque los indios
dejaran de jugar con ellas. Me las bebería hasta quedar como un Odre. Preferible antes que planear como pez volador o volverme Esguin para nunca salir del
cautiverio del río. Prefiero, mujer
de ojos zarcos, prefiero como San Eduardo,
remar, remar, hasta el horizonte luminoso de tu amor que es el mar.
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