sábado, 19 de abril de 2014

DAVID MARTÍNEZ, EL ESCULTOR DE CARIPITO

David Martinez


Había oído hablar de un misterioso David Martínez, multimillonario, corredor de bienes raíces y comprador de costosas obras de arte, a quien por cierto se le atribuye haber comprado recientemente la pintura número cinco de Jackson Pollock, un pintor abstracto influenciado por Siqueiros y Orozco, nada menos que por 140 millones de dólares.  Pero de este otro David Martínez, nunca supe de él hasta ahora que  me lo presentó Celestino Zamora Montes de Oca una tarde de principios de septiembre en el acogedor gramado de su casa.  Me lo presentó, no en persona que sería lo ideal, sino a través de una investigación que él hizo de sus obras monumentales, a base de hierro y cemento y que cubren y realzan el paisaje físico de casi todos los parques municipales de Monagas.
            Aprecio por asociación figurada que este David Martínez, de Monagas, tambien es multimillonario, no en dólares obviamente como el regiomontano de Monterrey, sino en ingenio y pasión por las cosas  tridimensionales grandes como la estatua ecuestre del Libertador en la plaza mayor de Maturín que en anecdótica ocasión modelaron las manos que hasta entonces eran más las de un artista cantor que las de un visual a la manera de ese otro David –David d´Angers- escultor francés autor de numerosos monumentos como el del inventor de la imprenta en la plaza de Estraburgos.
            David Martínez, según lo pinta Zamora Montes de Oca en su trabajo de indagación sobre este personaje, estuvo destinado desde temprano a la creación artística a cielo abierto, absorbido por el paisaje sugestivo y natural de la tierra de los chaimas, tan apegada a la palma moriche de los guaraunos y a los cursos de agua que van como el Guarapiche a dar al Orinoco.
            Diríamos que David empezó primero siguiendo los pasos de Juvenal Ravelo, quien recién retornado de Francia quería que los humildes pobladores de su natal Caripito participaran de su cromática geometría, pero más que el arte óptico cultivado por Ravelo dentro de la onda de Soto y Cruz Diez, lo atraía la escultura figurativa, adecuada mejor a la comprensión del habitante.  Además vivía él  en la tierra de la figuración primitiva de los chaimas y caribes, de los guaraunos y uriaparias que tallaban sobre los árboles y modelaban sobre el barro.
            Sorprendentemente, David Martínez no tuvo escuela porque la Cristóbal Rojas de los grandes artistas venezolanos estaba lejos de Caripito donde siempre moró alejado de los médanos que lo quisieron atrapar cuando vino al mundo.  Era él, siempre lo ha sido, un visual despegado de la tierra con alas de grandeza, de allí sus monumentales esculturas ancladas en el hormigón versátil y resistente, en la malla metálica flexible embadurnada de cemento Portland con manos de artífice creador tratando de transfigurar en la permanencia lo que es biológicamente inestable, pasajero, y muchas veces efímero..
            Individuos de la fauna marina y del bosque como los prototipos bíblicos y humanos y las divinidades, pasando incluso por los saurios de épocas geológicas, toman formas espectaculares en el ferrocemento tratado y modelado por las manos de este artífice innato e hijo adoptivo de Caripito.
Celestino Zamora Montes de Oca, con su acuciosa sensibilidad de cirujano plástico raptado en sus lapsos de ocio por el arte de los sonidos, buscó con ansiedad al hombre cuya obra tanto lo había impactado a su paso por los viejos y hoy modernizados caminos petroleros de su patria chica y lo encontró, sólido, vestido de negro como los antiguos rapsodas del cono austral, acaso como su ignoto homólogo el Rey de los hebreos cantando los salmos de la creación. Con él hizo el recorrido vivencial y testimonial empezando por la plaza mayor donde el héroe montado en su palomo parece romper con su alzada el viento que baja de la Sierra de Guanaguana.  
Después fueron los cruces, las bifurcaciones, los parques, sitios de recreación y avenidas como la que conduce a Caripe y donde se eleva el frugívoro Guácharo con sus alas extendidas y su sonar desafiando la escabrosa oscuridad de las estalactitas.
En Campo Cayena, paisaje de Caripito que recuerda a la capital de la Guayana francesa,  el escultor fraguó con  mano de alarife  una ballena de nueve metros aunque estos cetáceos como la ballena azul pueden alcanzar hasta treinta metros.  Caripe no tiene mar, habitat de estos misticetos, pero colinda con Sucre que si tiene y a través de esa vecindad han podido llegar las leyendas de los pescadores que inspiraron al escultor.  La ballena se repite en forma de tobogán en el balneario “El Paraíso” de Cariaco que si tiene un mar engolfado donde antes abundaban las ballenas hoy prácticamente extinguidas por el arpón del pescador que se aprovecha de su grasa, de su carne y de sus huesos.
En el mismo Caripito, en un centro recreacional en desarrollo, David, siguiendo quizá los impulsos del alcalde del momento, puso a volar un saurio del período jurásico capaz de elevar en sus alas la imaginación del visitante 200 millones de años atrás.
Y es que, según el autor de este texto ilustrado del doctor Zamora, David, autodidacta ejemplar y posiblemente único dentro del mundo de  la plástica constructiva, no se ha quedado anclado en la tierra de los chaimas, sino que ya se interna con la misma pasión en la tierra de los cumanagotos pues en el mismo Cariaco donde puso su ballena tobogán, modeló un tiburón, un pez espada y un cangrejo que deslumbran a los huéspedes del Hotel  turístico “Hacienda Kokoland”. Allí mismo se levanta un Gorila de dos metros capaz de sostener en sus brazos a su propio creador.  Y una familia de venados y la anaconda, una de las serpientes más grandes y fuertes del mundo, así como la de mayor tamaño del hemisferio occidental.
            El doctor Zamora Montes de Oca continúa exaltando y describiendo en el paisaje monaguense otras obras escultóricas del artista, como el conjunto bíblico del Centro Turístico Agropecuario “Las Aguas de Moisés” y la patrona de los orientales, la Virgen del Valle, en varios puntos de la región y más allá, en Margarita, donde según la leyenda fue hallada por indios guaiqueríes de Palguarime en unos matorrales de chiguichigues, cardones y pitahayas, muy cercanos al lugar donde tiene atractiva iglesia de  estilo gótico. 
            De suerte pues, que la obra monumental de este artista escultor y cantor, reseñado en un afán de revelador por Celestino Zamora Montes de Oca, es profeta singular y de méritos en la tierra de los chaimas y a él está dedicado este libro elaborado con la herramienta espiritual de un médico de manifiesta sensibilidad social y que tiene como razón de vida el servir conforme a los postulados hipocráticos y las leyes euritmicas de Palas Ateneas.

Américo Fernández


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