Había oído hablar de un
misterioso David Martínez, multimillonario, corredor de bienes raíces y
comprador de costosas obras de arte, a quien por cierto se le atribuye haber
comprado recientemente la pintura número cinco de Jackson Pollock, un pintor
abstracto influenciado por Siqueiros y Orozco, nada menos que por 140 millones
de dólares. Pero de este otro David
Martínez, nunca supe de él hasta ahora que me lo presentó Celestino Zamora Montes de Oca
una tarde de principios de septiembre en el acogedor gramado de su casa. Me lo presentó, no en persona que sería lo
ideal, sino a través de una investigación que él hizo de sus obras
monumentales, a base de hierro y cemento y que cubren y realzan el paisaje
físico de casi todos los parques municipales de Monagas.
Aprecio
por asociación figurada que este David Martínez, de Monagas, tambien es
multimillonario, no en dólares obviamente como el regiomontano de Monterrey,
sino en ingenio y pasión por las cosas tridimensionales
grandes como la estatua ecuestre del Libertador en la plaza mayor de Maturín
que en anecdótica ocasión modelaron las manos que hasta entonces eran más las
de un artista cantor que las de un visual a la manera de ese otro David –David
d´Angers- escultor francés autor de numerosos monumentos como el del inventor
de la imprenta en la plaza de Estraburgos.
David
Martínez, según lo pinta Zamora Montes de Oca en su trabajo de indagación sobre
este personaje, estuvo destinado desde temprano a la creación artística a cielo
abierto, absorbido por el paisaje sugestivo y natural de la tierra de los
chaimas, tan apegada a la palma moriche de los guaraunos y a los cursos de agua
que van como el Guarapiche a dar al Orinoco.
Diríamos
que David empezó primero siguiendo los pasos de Juvenal Ravelo, quien recién retornado
de Francia quería que los humildes pobladores de su natal Caripito participaran
de su cromática geometría, pero más que el arte óptico cultivado por Ravelo
dentro de la onda de Soto y Cruz Diez, lo atraía la escultura figurativa,
adecuada mejor a la comprensión del habitante.
Además vivía él en la tierra de
la figuración primitiva de los chaimas y caribes, de los guaraunos y uriaparias
que tallaban sobre los árboles y modelaban sobre el barro.
Sorprendentemente,
David Martínez no tuvo escuela porque la Cristóbal Rojas
de los grandes artistas venezolanos estaba lejos de Caripito donde siempre moró
alejado de los médanos que lo quisieron atrapar cuando vino al mundo. Era él, siempre lo ha sido, un visual
despegado de la tierra con alas de grandeza, de allí sus monumentales
esculturas ancladas en el hormigón versátil y resistente, en la malla metálica flexible
embadurnada de cemento Portland con manos de artífice creador tratando de
transfigurar en la permanencia lo que es biológicamente inestable, pasajero, y
muchas veces efímero..
Individuos
de la fauna marina y del bosque como los prototipos bíblicos y humanos y las
divinidades, pasando incluso por los saurios de épocas geológicas, toman formas
espectaculares en el ferrocemento tratado y modelado por las manos de este
artífice innato e hijo adoptivo de Caripito.
Celestino Zamora
Montes de Oca, con su acuciosa sensibilidad de cirujano plástico raptado en sus
lapsos de ocio por el arte de los sonidos, buscó con ansiedad al hombre cuya
obra tanto lo había impactado a su paso por los viejos y hoy modernizados
caminos petroleros de su patria chica y lo encontró, sólido, vestido de negro
como los antiguos rapsodas del cono austral, acaso como su ignoto homólogo el
Rey de los hebreos cantando los salmos de la creación. Con él hizo el recorrido
vivencial y testimonial empezando por la plaza mayor donde el héroe montado en
su palomo parece romper con su alzada el viento que baja de la Sierra de Guanaguana.
Después fueron los
cruces, las bifurcaciones, los parques, sitios de recreación y avenidas como la
que conduce a Caripe y donde se eleva el frugívoro Guácharo con sus alas
extendidas y su sonar desafiando la escabrosa oscuridad de las estalactitas.
En Campo Cayena,
paisaje de Caripito que recuerda a la capital de la Guayana francesa, el escultor fraguó con mano de alarife una ballena de nueve metros aunque estos
cetáceos como la ballena azul pueden alcanzar hasta treinta metros. Caripe no tiene mar, habitat de estos
misticetos, pero colinda con Sucre que si tiene y a través de esa vecindad han
podido llegar las leyendas de los pescadores que inspiraron al escultor. La ballena se repite en forma de tobogán en
el balneario “El Paraíso” de Cariaco que si tiene un mar engolfado donde antes
abundaban las ballenas hoy prácticamente extinguidas por el arpón del pescador
que se aprovecha de su grasa, de su carne y de sus huesos.
En el mismo
Caripito, en un centro recreacional en desarrollo, David, siguiendo quizá los
impulsos del alcalde del momento, puso a volar un saurio del período jurásico
capaz de elevar en sus alas la imaginación del visitante 200 millones de años
atrás.
Y es que, según el autor de este texto
ilustrado del doctor Zamora, David, autodidacta ejemplar y posiblemente único dentro
del mundo de la plástica constructiva,
no se ha quedado anclado en la tierra de los chaimas, sino que ya se interna
con la misma pasión en la tierra de los cumanagotos pues en el mismo Cariaco
donde puso su ballena tobogán, modeló un tiburón, un pez espada y un cangrejo
que deslumbran a los huéspedes del Hotel
turístico “Hacienda Kokoland”. Allí mismo se levanta un Gorila de dos
metros capaz de sostener en sus brazos a su propio creador. Y una familia de venados y la anaconda,
una de las serpientes más grandes y fuertes del mundo, así como la de mayor
tamaño del hemisferio occidental.
El
doctor Zamora Montes de Oca continúa exaltando y describiendo en el paisaje
monaguense otras obras escultóricas del artista, como el conjunto bíblico del
Centro Turístico Agropecuario “Las Aguas de Moisés” y la patrona de los
orientales, la Virgen
del Valle, en varios puntos de la región y más allá, en Margarita, donde según
la leyenda fue hallada por indios guaiqueríes de Palguarime en unos matorrales
de chiguichigues, cardones y pitahayas, muy cercanos al lugar donde tiene
atractiva iglesia de estilo gótico.
De
suerte pues, que la obra monumental de este artista escultor y cantor, reseñado
en un afán de revelador por Celestino Zamora Montes de Oca, es profeta singular
y de méritos en la tierra de los chaimas y a él está dedicado este libro
elaborado con la herramienta espiritual de un médico de manifiesta sensibilidad
social y que tiene como razón de vida el servir conforme a los postulados
hipocráticos y las leyes euritmicas de Palas Ateneas.
Américo Fernández
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